Hace unos treinta años, en los 90, el rock en español tenía una nueva época dorada. Uno de los grupos que destacaba en la escena se llamaba «Azul Violeta». Se diferenciaban por un sonido melódico apoyado por teclados, además de unas letras no tan superficiales. Su segundo éxito se tituló «Solo por hoy», una oda al optimismo. Con frases como «Hoy no juzgo a nadie, cada quien su vida», «Solo tengo este momento, solo este instante» o «Quiero ser feliz con lo que soy»; era una canción para las mañanas, para salir contento.
Generalmente intento conducirme de esa manera, sin juzgar, metido en mis asuntos. Pero hay días que no es así. Simplemente no puedo. Sé que debe existir una razón: Estar crudo, no tomar agua, estrés laboral, recuerdos o cualquier cosa.
No sé el origen, solo el resultado. Ver todo mal, odiar a todos.
Estoy inscrito en un club de oratoria, Toastmasters. Sesionamos un lunes sí y otro no. Las personas que integramos el club compartimos el gusto por hablar bien, escribir bien, comunicarnos cada vez mejor, cada sesión es sumamente satisfactoria porque nos une el deseo de ser mejores y nos apoyamos para lograrlo.
El lunes pasado, la sesión era especial porque se celebró un concurso. Mi función fue cronometrar la participación de los concursantes y notificarlo a los jueces. El lugar del club es un salón en Polanco con estacionamiento, baños, aire acondicionado, sillas cómodas, café, té, galletas; todo bonito y funcional, sin queja alguna. Muy cómodo.
Pero cuando llegué, me pareció mal el tipo de galletas que llevaron. El café soluble me pareció inadecuado, pero me serví. Cuando me senté, una socia que es mi amiga se acercó a oler el café de mi vaso y me pareció de muy mal gusto. Se unió a la sesión una socia con muchos años en el club, una señora de edad avanzada muy elegante. Me cayó mal por fea.
No quería ver a nadie, ni hablar con nadie.
Hay otros días, sin embargo, que el ánimo es totalmente opuesto. Veo a las personas con curiosidad, paciencia e incluso cariño, simplemente por ser personas. Esos días es muy fácil vivir. Me sensibilizo y la vida me sorprende. Aprendo, me comunico, fortalezco lazos y pasa cosas buenas. Esos días son los mejores.
Gracias ma, porque cuando fui niño, la mayor parte de los días fueron de los buenos. No sé cuánto tuviste que esforzarte para que fuera así. Ahora que soy padre me lo imagino, pero como dice Neruda: «No lo sé de cierto, solo lo supongo».