Ahí estuve cuando te independizaste de mi abuelo. Entre otras cosas, recuerdo que le dijiste a mi mamá que te había pedido el carro, un Cordoba precioso. Como niño, y muy consentido, pensé que le pedirías perdón. Después de todo, para nosotros era como tu padre. Así que me quedé sorprendido por lo que le respondiste: «Déjame sacar mis botas de la cajuela y ahí está tu carro».
Esa respuesta me apanicó. Me imaginé lo peor, como niño, que nos quedaríamos sin comer o algo así y me dormí muy preocupado. Al siguiente día, mi mamá me contó molesta que habías llegado y te pusiste a ver «La Carabina de Ambrosio». Estaba enojada porque no habías tenido una reacción dramática ni nada por el estilo. Según ella, no sentías nada. ¿Qué quería? ¿Que te pusieras a llorar? ¿Que tuvieras la respuesta a los problemas de inmediato? En fin.
La vida siguió para nosotros como si nada hubiera pasado. En los días que siguieron me olvidé del asunto. Claro, dejamos de frecuentar a mi abuelo, pero poco más notamos.
Parece un relato sin sentido e intrascendente, pero ese episodio me formó. Estyo casi seguro que estabas muy preocupado, que tenías incluso miedo. Pero no podías demostrarlo. Como jefe de familia, eres la persona fuerte. La que resuelve. A quien acuden.
Lo aprendí e integré en mi persona. Y funciona en todas partes. En el trabajo, como líder de equipos de trabajo. En grupos de amigos. Y por supuesto, en mi familia.
En esta etapa de mi vida donde la situación no es la que deseo y hay que hacer malabares para cumplir con ciertos compromisos, me comporto como me enseño mi padre, sin quejas ni autocompadecerme, a trabajar y hacer lo necesario para resolver las cosas.