El lunes pasado, en medio del velorio de la esposa de su padrino, ella y yo salimos para comer una torta. No una cualquiera, sino una torta gigante de Sur 12. No habíamos comido y estábamos a menos de una cuadra de estas famosísimas tortas. Famosas para bien y para mal. Ahí mismo han asesinado a varias personas, pero también son frecuentemente citadas en medios especializados como unas de las mejores de la CDMX.
Y sí, son gigantes. Cada uno apenas pudo terminar la mitad de su torta, y eso que no habíamos comido en todo el día. Yo pedí una «Rusa», que lleva pierna, milaneza y quesillo. ella pidió una de salchica con piña. Inmediatamente uno se da cuenta de que la calidad de los ingredientes no es la mejor, en especial el quesillo. Duro, chicloso y sin tanto sabor. Pero por más que me esfuerzo, no entiendo cómo alguien comería una torta de salchicha, en especial si es de mala calidad. La salchica, desde mi punto de vista, es uno de los peores alimentos. Están elaboradas con deshechos, cosas que solo comerían los puercos. Además, cuando estaba chavo me producían reacción alérgica que se manifestaba en ronchas en la piel. En fin.
Pedimos las tortas y, revisando las mesas alrededor, no encajábamos tan bien en el lugar. Mi señora se había puesto un saco negro, pantalón también negro y tacones del mismo color, además de una blusa también negra con pliegues en el cuello. No se había maquillado y llevaba el cabello recogido, como lo manda la costumbre en un velorio. Yo iba de pantalón casual negro, camisa negra, encima un chaleco azul oscuro y un blazer también azul oscuro. Pero, curiosamente, lo que me hacía sentir que iba bien vestido eran los zapatos, negros de piel legítima. En contraste, la mesa contigua estaba ocupada por una pareja sumamente sucia y mal vestida. Camisetas negras de rock con pantalones de mezclilla sucios, rematados con tenis-bota también muy descuidados. Sí, estábamos fuera de lugar.
Y como siempre, no nos importó.
Cuando la conocí, yo tenía otras opciones, varias. Afortunadamente, en un destello de cordura, se abrió una grieta al futuro y entendí que, si podía platicar con ella como la primera vez, eso era mucho más importante que estuviera buenísima.
De regreso en las tortas gigantes, empezamos a platicar. Hay días en que está especialmente sensible y recuerda temas asociados con infidelidad. Casi siempre pasa cuando «transfiere» la responsabilidad. Por ejemplo, toda la semana pasada y esta, su hermana había sido muy grosera. Cortante en los mensajes, no le contestaba y en general con una actitud muy negativa. Pero ella argumentaba que la culpa era mía el que se sintiera mal, porque yo le quité la fe en la humanidad, ya que fui el primero que le rompió el corazón. Eso le sirve porque no se enoja tanto con los demás, se «enoja» conmigo. Como generalmente puedo manejar bien la situación, no le doy tanta importancia.
La plática, por lo tanto, se enfocó en infidelidad. Le pregunté que entonces porqué se mantuvo con una persona alcohólica, drogadicta, infiel, desmadrosa y proclive a la violencia. Me contestó que para ella lo más importante en la vida era su hijo. Y dado que yo era un excelente padre, por eso siguió conmigo. Al instante, como es la costumbre de muchas personas, minimizó su halago. Dijo: «Bueno, eres el padre que necesita». Me quedé callado por unos momentos antes de mencionarle que de todas maneras, la balanza se inclinaba al lado negativo. Me dijo que claro, había otras cosas buenas. Inteligente, divertido y guapo.
Mmm. No sé.
Siento que eso no alcanza para la vejez. El resentimiento que ella guarde saldrá a flote y llevaremos una vida como la de sus papás, siempre peleando por cualquier cosa.
De repente me dijo que si no fuera por ella, yo no estaría vivo.
No miente.
Desde beber menos y no manejar si he bebido, hasta los cuidados que tuvo en la pandemia, si no fuera por ella, es muy probable que estuviera muerto.
«Sí, es cierto» – le dije. «¿Y yo qué te he dado?» – le pregunté a continuación, porque deber la vida es una deuda muy grande.
«Me enseñaste a vivir» – respondió.
Creo que estaremos bien en la vejez.